De entrada debo
decir que con este título no hago
referencia a que en el pensum de la educación formal, en uno de sus niveles, se
ofrezca la asignatura llamada Educación artística y otra con nombre de
filosofía.
Lo que quiero
explicitar y de lo que pretendo ocuparme es de unas coincidencias básicas por
parte de quienes como intelectuales
se ocupan del oficio de enseñar; a las que se llega por interés y por
iniciativa soberana como sujetos de esa práctica llamada educación. Trasdisciplinariedad y automotivación para el
estudio y trabajo pedagógico que ha de deparar realización, es presupuesto de lo planteado. Lo que el
establecimiento político haya hecho norma sobre el sector y la escuela, bien
podría considerarse insumo contingente de este cometido.
Esto es tanto más
claro en tratándose de la filosofía
que de modo intencional debe presidir y acompañar ese acontecimiento de
relaciones, comportamientos y saberes, cuyo talante es desafío en posibilidades
trasformadoras. Que siempre es localizado. Y desde tal condición se ha de
abordar con visión contemporánea y
pretensión universal.
Otra cosa distinta
es el armazón curricular de la disciplina filosófica a impartirse en los grados
correspondientes para los educandos, que
es tarea de especialistas al interior de los educadores. Los cuales tendrían
mucho que decir y ofrecer en la configuración de aquellas elaboraciones comunes
que han de articular el proceso educativo, conduciéndolo por cauces
determinados hacia eventuales puertos de formación.
De igual manera se
ha de proceder en materia de forjar una visión en lo concerniente al espíritu
del arte que acompañe la formación de los estudiantes, a lo que
contribuye, por su propia dimensión
sustantiva y teleológica, la perspectiva filosófica a la que estamos aludiendo.
En coherencia con
ello, los especialistas, militantes de específicos campos artísticos, sabrán
estructurar el plan de estudios pertinente. De lo cual en tanto desarrollos de
las clases, son los directos responsables; como en igual medida los son los
profesores de filosofía en su accionar cotidiano de aula y, los demás colegas
con sus correspondientes saberes.
Pienso incluso que,
con esas mismas premisas se podría encarar el papel de la educación física, la
recreación y el deporte.
Por extensión, y a
través de eventos creativos que tengan por centro gravitatorio las ciencias
básicas y similares, despejarse podría,
efectivamente, el horizonte formativo de los estudiantes en tan compleja
misión.
Estas pautas concebidas
de modo articulado, con sus conexiones orgánicas, definirían un itinerario
riguroso, creativo, metodológico de construcción no formalista, no de simple
requisito; de PEI, como productos altamente elaborados, escuela a la vez que
renueva a los docentes, renovando la institución en un proceso sustentable de
desarrollo humano.
Teniendo como
escenario las instituciones educativas
públicas, con y desde este activo, los educadores en sus espacios estarían
construyendo una historia. La historia de construcción de sociedad desde la
escuela, y desde ella, desplegando una intensa y legítima relación propositiva
y de interlocución cierta con el ministerio del ramo, en tanto agente de
gobierno, del Estado.
Lo que estamos
visionando a través de estos trazos, es ponerle oficio al pensamiento, a un
filosofar en contexto, en el ámbito escolar.
La filosofía no es
una clase con ese nombre. Y el profesor filósofo si filosofa debe
materializarlo en su vida. Justo en cada día. Empezando por su relación amorosa
con el estudio, con los libros. Por su profunda actitud pensante, crítica,
reflexiva. En todos los espacios y, especialmente en su vida pública. Quien
filosofa no da testimonio de fe. Asume la
radicalidad del pensar (…)
Un proyecto
educativo, la educación con mayúscula, para que sea tal, no puede prescindir de una plataforma
filosófica; es ésta la que lo (la) hace coherente, le confiere sentido y marca
hacia dónde van sus pretensiones. Adolecer de orfandad filosófica, asimila la
educación a una montonera temática de saberes suministrados sin ilación entre
ellos y de éstos con un horizonte determinado, considerando equis presupuestos, atendiendo a ye premisas, y pretendiendo
realizar unos modos de ser y un estar en el mundo. Sin filosofía, la educación
deviene en “academia” banal, anémica, al garete; sin referentes donde el
espíritu ancle para debatirse y abatirse entre amenazas, fuerzas que arrecian
por todos los flancos y, con velas bien
desplegadas, abrirse al mundo.
En el contexto de
lo planteado, retornamos a la dimensión artística que es esfera y manera de realizarse
el ser de los humanos; y situados en el ámbito del aula, presidiendo el acto de
la clase, qué sorprendente es que el educador en desarrollo de sus competencias
docentes, derrochando maestría, no obstante el rostro austero del saber
disciplinar (sea cual fuere), a pesar de la apariencia fría o árida de su
objeto y discurso, en el momento justo y preciso echa mano a un poema, recuerda
una escena de novela, pone en escena una imagen de cine, evoca un dialogo, y como por milagro, la
clase cambia, y aquel saber distante se sacude al ritmo de una honda
respiración, rejuveneciéndose; dejándose
ver humano, inmensamente humano; producto de humanos. Es el frescor, la
vivificante presencia del arte, como producto y recurso aliado de la didáctica
en la enseñanza de una disciplina que puede gozar de especial nombradía por lo “difícil
y escabrosa”, por decirlo de algún modo.
Así entonces, eso del arte, de la educación
artística en la escuela, es más que una asignatura cualquiera dada a través de
una clase convencional cualquiera con características trilladas (…) como
cualquiera otra en versión tradicional (…). Que sólo modorra deja.
Ramiro del Cristo Medina Pérez
Santiago de Tolú, marzo 13 - 2013